miércoles, 10 de octubre de 2018

La identidad se discute



“Verse en el espejo hasta encontrar significado…”
Cristian Avencillas

La tensión que provoca la distinción entre identidad individual y social  lleva  a pensarla por un momento de modo, separada. La pregunta por la identidad transita  “un sentimiento de mismidad y continuidad que experimenta un individuo en cuanto tal (Erickson, 1977: 586, citado de  Mercado Maldonado  Hernández Oliva, 2018: 03); es decir, la percepción que tiene el individuo Self de sí mismo y que emerge cuando nos preguntamos ¿quién soy? El proceso de construcción de la identidad supone que empieza mucho antes de nacer. Mediante “la función del yo [je] en la experiencia que de él nos da el psicoanálisis. Experiencia de la que hay que decir que nos opone a toda filosofía derivada directamente del cogito. (Lacan, 1966:81) La unidad de sentido en este caso está atravesado por las personas del entorno que interactúan y lo/nos constituye[n] a l‘yo’, en consecuencia la identidad del ‘yo’´ está determinada por los otros, ya que fue pensado, desde un nombre, probablemente, antes de nacer, y que le/nos devuelven a modo de ‘espejo’ sus percepciones de cómo es/somos.
Cabe enfatizar que la identidad contiene sus rasgos propios, sociales y variables, pues, hay factores que son de índole social: refiero, entonces, a la familia, la etnia, la ciudad, la provincia, el país al que pertenecemos. A su vez, la identidad sexual y de género, reconocerse en tanto masculino o femenino, heterosexual, homosexual, etcéteras. También nos constituimos desde una identidad moral y la ética: los valores a los cuales adherimos y asumimos frente a la sociedad que pertenecemos. Una identidad física: las singularidades de nuestro cuerpo (¿soy o tengo un cuerpo?). Además, una identidad ideológica cómo pensamos en el mundo que vivimos, qué postura tenemos frente a la convivencia, por último una identidad colectiva que es la imagen que tienen los otros de nosotros mismos.
De esta manera, la pregunta por la identidad se vuelve parcelada en tanto y en cuanto no se la piense desde una perspectiva psicosocial. Desde esta perspectiva Ibañez plantea que no se puede pensar la identidad individual separada de la social ya que, las identidades se constituyen de acuerdo a la interacción simbólica sujeta a las dimensiones sociohistórica. (Ibáñez, 2004)
Podemos plantearnos que en la convivencia, en lo cotidiano realizamos todo tipo de actividades, organizamos nuestras vidas a partir de las diferentes actividades sociales que vamos creando, (religiosas, amistades, laborales, políticas, etc), es decir estamos atravesados por la miradas de los otros que al fin y al cabo nos constituyen como individuos con ciertos rasgos y singularidades aunque se manifieste como paradójico nos emparentamos con los otros, nos identificamos y al mismo tiempo nos distanciamos nos extrañamos para emanciparnos. “La experiencia de la identidad individual haría referencia a este sentimiento de unicidad, de idiosincrasia y de exclusividad que va acompañado de una sensación de permanencia y continuidad a lo largo del tiempo, del espacio y de las diferentes situaciones sociales”. (Ibáñez, 2004). En la interacción y en el vínculo social,  los otros nos transforman y nosotros transformamos a los otros porque decimos-nos dicen lo que pensamos-sentimos-afirmamos-reafirmamos, también, claro está se juegan las relaciones de poder.
Entendido así, no podemos hablar de identidad sino más bien de identidades que se van constituyéndose mutuamente a través de un vehículo: el lenguaje, por medio de lo social, cultural e ideológico, todo esto se va conformando la trama de la narración de yo, del nosotros, de los otros. “En este sentido la identidad no es fija e inmutable, con propiedades que puedan trascender los contextos culturales, geográficos y temporales (…) no pueden separarse de la sociedad y en las circunstancias que está definida”. (Ibáñez 2004) Siguiendo el sentido, somos sujetos sociales que narramos /nos narran-interpretamos/nos interpretan.
El abordaje que realiza Darío Sztajnszrajber  sobre la identidad está planteado desde el lugar de la deconstrucción. Iniciando su exposición llevando al plano de la pregunta que se les, hacía como padres, (en el siglo XX) a los hijos ¿Qué vas a hacer? Como si una profesión, una pareja entre otras definiera la identidad de una persona. En tanto no se establecía de tal modo, ya sea cambiando de pareja, de estudio o de trabajo constantemente se lo ‘rarificaba’ ya que no se correspondía con los mandatos sociales de la época.
Luego plasma, la idea ‘sobrevaluada’ de identidad, desde una óptica metafísica. “hay algo en nosotros que se repite, siempre lo mismo”, tomando conceptos también muy en vilo en el Siglo XX, Las teorías esencialistas donde numerosos ensayistas desde Jorge Luis Borges, Ezequiel Martínez Estrada, Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche,  por nombrar algunos, buscaban la “esencia del ser nacional”, es decir la argentinidad, de la misma manera, Sztajnszrajber pulsa ahí, señalando que no hay esencia en cada uno de nosotros, sino que desplaza de la identidad los accidentes (profesión, color de piel, corte de pelo, ropa de tal o cual color), además, agrega que no se puede tener una identidad fija y cerrada ya que, constantemente, estamos cambiando, y la sociedad también cambia permanentemente. Puedo cambiar de ser hincha  de un club de fútbol, de ropa, de pareja, de partido político, incluso, de nombre.
Para sentirnos seguros, armamos mitos, la ilusión de unidad cuando en realidad todo el tiempo estamos cambiando estamos siendo otros, siendo…Podría pensarse que la memoria de cada uno es lo que unifica nuestra identidad pero la memoria es frágil, subjetiva, manipulable. La idea vista desde la metafísica que señala que hay una identidad que se repite fija, cerrada, la contrapone con una idea de identidad de un relato literario, en el sentido de una construcción discursiva subjetiva de índole narrativa(causa-consecuencia) de nosotros mismos. Es una narrativa que nos cuentan de nosotros y nosotros nos contamos a sí mismos, condicionados por el lenguaje, entonces, nos contamos lo que podemos contarnos, lo que queremos.
Mientras que Ezequiel Adamovsky  la define desde dos perspectivas, por un lado señala es una narración, por otra parte es una imagen de sí, primero a la que alude a nuestra persona y luego al nosotros que pertenecemos, una imagen constituida como un objeto virtual, una imagen que nos llega desde afuera. Cuando pensamos en el ‘yo’ en quienes somos, generalmente, la pensamos como una certeza que viene desde el interior de nosotros mismos sin embargo, está constituida por los otros por el afuera. La identidad es una construcción del ‘yo’ como unidad pero que no viene con nosotros desde el nacimiento sino que se va construyendo a través de las narraciones y las imágenes que nos vienen de afuera, un afuera social, interrelacionándose unas con otras, claro está.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando la identidad pasa a ser una unidad: el ‘yo’ a una identidad colectiva: ‘nosotros’? Habría que pensar en una primera instancia que las comunidades no tienen un cuerpo, sino son una suerte de extensión del ‘yo’ pero  en una comunidad no hay una imagen la contenga y que el espejo pueda devolver. Cabe señalar, que las comunidades se constituyen a partir de imágenes y narraciones. ¿Cómo aprende que uno es argentino? Se pregunta el historiador, a través de narraciones que disparan imágenes, colores, la bandera, la escarapela, la camiseta de un equipo de fútbol, el contorno del país en un mapa, luego, los íconos visuales de la Argentina, el obelisco, las Cataratas del Iguazú, el glaciar Perito Moreno, etcétera. Todas estas imágenes se relacionan con el significado de qué es lo argentino.
En definitiva las identidades están hechas de historias y de imágenes pero también de sonidos, éstos son tan importantes como las imágenes, entonces estamos hechos de historias que nos cuentan y que nos contamos, hechos de imágenes que nosotros diseminamos. Esas historias y esas imágenes son entonces las que nos hacen sentir que somos parte de un nosotros, las mismas que construyen una frontera que hacen al nosotros y que nos diferencian, nos distinguen y nos separan de otros cuerpos que son el extranjero. Nuestros cuerpos vibran en sintonía cuando nuestros cuerpos están conectados con historias que, justamente, nos conectan, conectados por imágenes para sentirnos representados por el contrario, cuando hay historias o bien que no nos contaron, o no nos conectan o nos convierten en extranjeros.
A lo largo de toda la exposición señalamos a modo de reflexión que la identidad se constituye en un proceso y no en un producto. En un proceso que empieza mucho antes de nacer y permanece luego de la muerte. Mucho antes de nacer, porque quienes nos concibieron nos pensaron, nos desearon, de una u otra forma, se imaginaron con ciertos rasgos, nos nombraron, luego el proceso se encamina hacia el aspecto de la conformación de un ‘yo’ y de un ‘nosotros’ paralelamente, este proceso psicosocial se produce a través de imágenes y narraciones, de causas y de consecuencias que hacen que le dé un sentido a la identidad personal y social. Visto así no puede más que configurarse la identidad como un proceso siempre abierto, flexible, cambiante con algunos rasgos específicos que van permaneciendo en el ‘yo’ o el ‘nosotros’, no es otra cosa que la búsqueda misma de la constitución de significados que van cambiando continuamente.
Ruíz Díaz Sebastián 10  de octubre de 2018