“Verse en el espejo hasta encontrar significado…”
Cristian
Avencillas
La tensión que provoca la
distinción entre identidad individual y social lleva a
pensarla por un momento de modo, separada. La pregunta por la identidad
transita “un sentimiento de mismidad y
continuidad que experimenta un individuo en cuanto tal (Erickson, 1977: 586,
citado de Mercado Maldonado Hernández Oliva, 2018: 03); es decir, la percepción
que tiene el individuo Self de sí
mismo y que emerge cuando nos preguntamos ¿quién soy? El proceso de
construcción de la identidad supone que empieza mucho antes de nacer. Mediante “la
función del yo [je] en la experiencia que de él nos da el psicoanálisis.
Experiencia de la que hay que decir que nos opone a toda filosofía derivada
directamente del cogito. (Lacan, 1966:81) La unidad de sentido en este caso
está atravesado por las personas del entorno que interactúan y lo/nos
constituye[n] a l‘yo’, en consecuencia la identidad del ‘yo’´ está determinada
por los otros, ya que fue pensado, desde un nombre, probablemente, antes de
nacer, y que le/nos devuelven a modo de ‘espejo’ sus percepciones de cómo
es/somos.
Cabe enfatizar que la
identidad contiene sus rasgos propios, sociales y variables, pues, hay factores
que son de índole social: refiero, entonces, a la familia, la etnia, la ciudad,
la provincia, el país al que pertenecemos. A su vez, la identidad sexual y de
género, reconocerse en tanto masculino o femenino, heterosexual, homosexual,
etcéteras. También nos constituimos desde una identidad moral y la ética: los
valores a los cuales adherimos y asumimos frente a la sociedad que
pertenecemos. Una identidad física: las singularidades de nuestro cuerpo (¿soy
o tengo un cuerpo?). Además, una identidad ideológica cómo pensamos en el mundo
que vivimos, qué postura tenemos frente a la convivencia, por último una
identidad colectiva que es la imagen que tienen los otros de nosotros mismos.
De esta manera, la pregunta
por la identidad se vuelve parcelada en tanto y en cuanto no se la piense desde
una perspectiva psicosocial. Desde esta perspectiva Ibañez plantea que no se
puede pensar la identidad individual separada de la social ya que, las
identidades se constituyen de acuerdo a la interacción simbólica sujeta a las dimensiones
sociohistórica. (Ibáñez, 2004)
Podemos plantearnos que en
la convivencia, en lo cotidiano realizamos todo tipo de actividades,
organizamos nuestras vidas a partir de las diferentes actividades sociales que vamos
creando, (religiosas, amistades, laborales, políticas, etc), es decir estamos
atravesados por la miradas de los otros que al fin y al cabo nos constituyen
como individuos con ciertos rasgos y singularidades aunque se manifieste como
paradójico nos emparentamos con los otros, nos identificamos y al mismo tiempo
nos distanciamos nos extrañamos para emanciparnos. “La experiencia de la
identidad individual haría referencia a este sentimiento de unicidad, de idiosincrasia
y de exclusividad que va acompañado de una sensación de permanencia y
continuidad a lo largo del tiempo, del espacio y de las diferentes situaciones
sociales”. (Ibáñez, 2004). En la interacción y en el vínculo social, los otros nos transforman y nosotros
transformamos a los otros porque decimos-nos dicen lo que
pensamos-sentimos-afirmamos-reafirmamos, también, claro está se juegan las
relaciones de poder.
Entendido así, no podemos
hablar de identidad sino más bien de identidades que se van constituyéndose mutuamente
a través de un vehículo: el lenguaje, por medio de lo social, cultural e
ideológico, todo esto se va conformando la trama de la narración de yo, del
nosotros, de los otros. “En este sentido la identidad no es fija e inmutable,
con propiedades que puedan trascender los contextos culturales, geográficos y
temporales (…) no pueden separarse de la sociedad y en las circunstancias que
está definida”. (Ibáñez 2004) Siguiendo el sentido, somos sujetos sociales que
narramos /nos narran-interpretamos/nos interpretan.
El abordaje que realiza Darío
Sztajnszrajber sobre la identidad está
planteado desde el lugar de la deconstrucción. Iniciando su exposición llevando
al plano de la pregunta que se les, hacía como padres, (en el siglo XX) a los
hijos ¿Qué vas a hacer? Como si una profesión, una pareja entre otras definiera
la identidad de una persona. En tanto no se establecía de tal modo, ya sea
cambiando de pareja, de estudio o de trabajo constantemente se lo ‘rarificaba’
ya que no se correspondía con los mandatos sociales de la época.
Luego plasma, la idea ‘sobrevaluada’
de identidad, desde una óptica metafísica. “hay algo en nosotros que se repite,
siempre lo mismo”, tomando conceptos también muy en vilo en el Siglo XX, Las
teorías esencialistas donde numerosos ensayistas desde Jorge Luis Borges,
Ezequiel Martínez Estrada, Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, por nombrar algunos, buscaban la “esencia del
ser nacional”, es decir la argentinidad, de la misma manera, Sztajnszrajber
pulsa ahí, señalando que no hay esencia en cada uno de nosotros, sino que
desplaza de la identidad los accidentes (profesión, color de piel, corte de
pelo, ropa de tal o cual color), además, agrega que no se puede tener una
identidad fija y cerrada ya que, constantemente, estamos cambiando, y la
sociedad también cambia permanentemente. Puedo cambiar de ser hincha de un club de fútbol, de ropa, de pareja, de
partido político, incluso, de nombre.
Para sentirnos seguros,
armamos mitos, la ilusión de unidad cuando en realidad todo el tiempo estamos
cambiando estamos siendo otros, siendo…Podría pensarse que la memoria de cada
uno es lo que unifica nuestra identidad pero la memoria es frágil, subjetiva,
manipulable. La idea vista desde la metafísica que señala que hay una identidad
que se repite fija, cerrada, la contrapone con una idea de identidad de un
relato literario, en el sentido de una construcción discursiva subjetiva de
índole narrativa(causa-consecuencia) de nosotros mismos. Es una narrativa que
nos cuentan de nosotros y nosotros nos contamos a sí mismos, condicionados por
el lenguaje, entonces, nos contamos lo que podemos contarnos, lo que queremos.
Mientras que Ezequiel
Adamovsky la define desde dos
perspectivas, por un lado señala es una narración, por otra parte es una imagen
de sí, primero a la que alude a nuestra persona y luego al nosotros que
pertenecemos, una imagen constituida como un objeto virtual, una imagen que nos
llega desde afuera. Cuando pensamos en el ‘yo’ en quienes somos, generalmente,
la pensamos como una certeza que viene desde el interior de nosotros mismos sin
embargo, está constituida por los otros por el afuera. La identidad es una
construcción del ‘yo’ como unidad pero que no viene con nosotros desde el
nacimiento sino que se va construyendo a través de las narraciones y las
imágenes que nos vienen de afuera, un afuera social, interrelacionándose unas
con otras, claro está.
Ahora bien, ¿qué sucede
cuando la identidad pasa a ser una unidad: el ‘yo’ a una identidad colectiva: ‘nosotros’?
Habría que pensar en una primera instancia que las comunidades no tienen un
cuerpo, sino son una suerte de extensión del ‘yo’ pero en una comunidad no hay una imagen la
contenga y que el espejo pueda devolver. Cabe señalar, que las comunidades se
constituyen a partir de imágenes y narraciones. ¿Cómo aprende que uno es
argentino? Se pregunta el historiador, a través de narraciones que disparan
imágenes, colores, la bandera, la escarapela, la camiseta de un equipo de
fútbol, el contorno del país en un mapa, luego, los íconos visuales de la Argentina,
el obelisco, las Cataratas del Iguazú, el glaciar Perito Moreno, etcétera.
Todas estas imágenes se relacionan con el significado de qué es lo argentino.
En definitiva las
identidades están hechas de historias y de imágenes pero también de sonidos, éstos
son tan importantes como las imágenes, entonces estamos hechos de historias que
nos cuentan y que nos contamos, hechos de imágenes que nosotros diseminamos.
Esas historias y esas imágenes son entonces las que nos hacen sentir que somos
parte de un nosotros, las mismas que construyen una frontera que hacen al
nosotros y que nos diferencian, nos distinguen y nos separan de otros cuerpos
que son el extranjero. Nuestros cuerpos vibran en sintonía cuando nuestros
cuerpos están conectados con historias que, justamente, nos conectan,
conectados por imágenes para sentirnos representados por el contrario, cuando
hay historias o bien que no nos contaron, o no nos conectan o nos convierten en
extranjeros.
A lo largo de toda la
exposición señalamos a modo de reflexión que la identidad se constituye en un
proceso y no en un producto. En un proceso que empieza mucho antes de nacer y
permanece luego de la muerte. Mucho antes de nacer, porque quienes nos
concibieron nos pensaron, nos desearon, de una u otra forma, se imaginaron con
ciertos rasgos, nos nombraron, luego el proceso se encamina hacia el aspecto de
la conformación de un ‘yo’ y de un ‘nosotros’ paralelamente, este proceso
psicosocial se produce a través de imágenes y narraciones, de causas y de
consecuencias que hacen que le dé un sentido a la identidad personal y social.
Visto así no puede más que configurarse la identidad como un proceso siempre
abierto, flexible, cambiante con algunos rasgos específicos que van
permaneciendo en el ‘yo’ o el ‘nosotros’, no es otra cosa que la búsqueda misma
de la constitución de significados que van cambiando continuamente.
Ruíz Díaz Sebastián 10 de octubre de 2018